Señalado por el dedo,
mis letras padecieron de juicios,
la difamación me puso rejas.
Resguardándose en la libertad de
opinión,
a la mía pusieron fronteras.
Y al gritar contra la hipocresía,
elevaron el tono de su verborrea,
según gritaba,
más y más
el volumen me subían.
Silenciar la palabra,
la palabra que opina,
que habla,
que expone con alma.
Silenciar el verso que lleva la
contraria.
Barreras, candados y cadenas,
esa es la libertad prestada por quienes
nos manejan.
Señalado,
acusado en la a vorágine de amargos silencios,
soy culpable sin juicio.
Culpable de ser quien soy,
como soy,
por expresarme por mi mismo.
Sin lugar a escucharme,
a sentirme,
mis letras se hunden en tumbas de siglas
e ideas
que nos cierran la vista,
el aliento, la vida.
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