Puedes correr, saltar y esconderte.
puedes huir por cielo, tierra o mar.
Pero puedo, si, puedo olerte mísera
ciudad.
En tus cárceles de hierro y cemento,
de cristal y fino acero.
Castillos de infernales lamentos
donde la mirada apuñala
y, el susurro se clava.
En sus calles de frió y de hambre,
puedo olerte, sentirte,
puedo gritarte y maldecirte,
sin que tu rostro, varié.
Siempre ausente, escondiendo la
cara,
ocultando lo que de verdad sienten
tus venas.
Ciudad esclava, de grises, de
marrones y negros,
de vacíos contenedores y míseras
voces.
Presa de piedra, cadenas sujetas,
cadenas que amarran palabras y
piernas.
Escoria entre las escorias,
te dejas mecer tras invisibles
rejas.
Haciéndote la muerta indispuesta
por aquellas callejas,
que corriente abajo,
huelen a vieja acequia.
Ladrillos, hormigones, farolas…
silencios que asolan, y tú. Tú,
sigues entre tanto sola.
Por instinto actuó, me defiendo,
por él y, solo por él,
me reitero en esta vergüenza hecha
tiempo.
Con fuerza piso el suelo,
sujeto lo que de verdad quiero
prendiendo al resto fuego.
Con fuerza y sin mentir,
me entrego a todo,
desde que di razón a mi sentir.
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