Hoy, como ayer,
moriré con el día que me despierta entre
rendijas,
acorralado por mi propio silencio,
retozo en el dulce amargo que inunda
mi reducido espacio.
Sin lágrimas, sin lamentos,
devoro las uñas que nacieron con
esfuerzo,
uno tras el otro, en un orden
consentido,
regreso al raíl de mi destino.
Tiro hacia atrás los ojos comprendiendo casi todo.
Casi todo, de lo que con alma se
labra
a lo largo y ancho de cuanta carne
desgarra.
Sin poder cambiar lo hecho,
no me miento, no me vendo,
no
reniego con golpes sobre el pecho.
Con un pasado pintado y reconocido,
sumo esfuerzos mientras maldigo
cuanto remuevo sin mayor sentido.
Hoy, he amanecido trasformado en
sombra,
mis ojos no han dado con tigo.
Sobre las sabanas. Ni gemido, ni
suspiro
son huellas de mi recorrido, de mi
castigo.
Murmullo en esquinas y rincones,
murmullo al día y su noche,
murmullo esperando respuestas
que mi silencio espeso y mentiroso,
oculta indispuestas.
Si la vida no se siente, si la luz y
la oscuridad son iguales.
No doy con el sentido que pueda
convertirme en camino,
en ese espacio de reflejos en negro
y blanco.
Ese, que el tiempo me va borrando.
Solo el olor me ofrece la mano, arrancando imagen y sonido.
Bajo una bombilla que parpadea,
me sorprendo sonriendo a la nada que
poco a poco
se abalanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario