Desentierran los muertos sus
despellejados huesos,
su voz, alimentada de mortecino
aliento,
se hace oír en solares y pueblos de
hambre y tardío miedo.
Ante el caminar complicado de esos
oxidados desgraciados,
no puedo más que clamar justicia al
infierno.
Seco barro pegado al feo sueño y
demasiado silencio,
cuecen a fuego lento la soledad que
se recrea en el viento.
Negra sangre llora por dentro su
sabor a amargo lamento.
Bajo tumbas, lapidas y olvido,
quedan las razones que tanto y tanto
admiro.
Como en tantas otras, prieto muelas,
dientes y puños,
amenazo a la vida retando a la
muerte allá donde más le duele.
“Coqueta desvergonzada que jamás miente”.
Invalidado de impotencia y rabia,
piden mis tripas por un milagro de
dulce sabor vengativo.
Entre nosotros,
desesperados currantes de contadas
oportunidades,
rueda correteando la putrefacta
mentira.
Vida de señoritos y señoritas en el
palpitar de su desidia,
salpican de mierda el camino que
ellos no pisan,
farsa vacía del destino que
desvaría.
Abrigado de un sueño con careta de
pesadilla,
veo entregarse la vida en una
confusa caricia,
hueca voz de lejanías que me
entornan los parpados
mientras cuento hacia atrás los
pasos que restan mis días.
Vacíos que se llenan de mendigos en coloridas
estadísticas,
hacen de coro sobre una luz misera.
Voces del pasado,
muertos mal llorados,
voces de distancias encerradas en
oscuras cloacas.
…E insisten los fantasmas
en hacernos realidad su caprichosa
libertad,
su tono final, su aliento fecal.
Sanguinolento devenir de ideales y
principios
me marchitan manos y rostro.
En el peso de los años, sobre el
dolor de huesos,
va falleciendo la ignorancia sin ningún
esfuerzo.
Arropado de preguntas aliviadas con
escusas
tiemblan mis dudas en direcciones únicas.
Mi orgullo, perdido en un sonoro y
seco graznido,
logra que me pregunte si aquellas
voces
que retumban y retumban mis sienes
como fieros y sucios estorninos el árbol de su abrigo,
tendrían remedio.
Lleno de difusas culpas
sigo caminando sobre mudas tormentas
de acero y piedra.
Nicho con epitafio a rotulador o
bolígrafo
sobre pelados ladrillo y cemento de un
secano invierno.
Disculpas que se mastican muy
dentro,
futuro sumado desde aciagos pasados.
No, no calman las voces del pasado
este martirio que parte el alma en porciones
que suman laberintos en el vació aferrado a mis entrañas.