No puedo morir, he reído tan, tan alto,
allá donde no pisan los vivos,
que me hice eterno e infinito.
No puede morir quien se siente feliz
en sus dos metros de reino,
quien no arrastra remordimiento,
quien no se diluye
al fondo de un vulgar y frío espejo.
No puedo morir, ni yo ni ellos,
inocentes de carne y de hueso,
mártires, que empujaran con su recuerdo.
Litros, litros de sangre
por la tierra y en el aire,
serán pena y serán impotencia,
jamás perdón, jamás sumisión, jamás
miedo.
La fe a fuego no se la creen
ni el propio infierno,
por ello, hasta nuestros muertos
son felices…vosotros, no.
Ni a cuchillo ni con bombas,
ni en mi reino y en el vuestro,
a nada y en nada
quedará vuestro fétido aliento.
Hoy soy más francés que nunca,
y más persona que en mil ayeres.
En ese gran desprecio
que por vosotros siento, por fin rezo,
y lo hago para que os pudráis
rápido y desde adentro.
A la memoria de aquellas víctimas del más
absurdo y ridículo fanatismo que en las calles de París perdieron la vida un
agrio 13 de noviembre de 2015, dedico estas palabras a los intolerantes
descerebrados que solo entienden la libertad a base de palos.
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