Os dejo otro pequeño pasaje de mi última novela, a la venta en Amazon para ebook a solo 2,99 euros con casi 700 páginas de humor, aventuras, sexo, batallitas...
Mucho decir las niñas
que sí, que ayudarían, bajarían al perro, lo bañarían y alimentarían, pero como
no podía fallar, si el pobre animal ve la calle, si come y bebe, es porque bien
Paqui, bien yo, nos preocupamos de ello. Así pues, no he terminado de desayunar
y ya tengo a Pipo dándome brinquitos tratando de llamar mi atención. -Que sí
coño, que sí- le digo mirándole a los ojos para que se relaje un poco y me deje
disfrutar de mi cortadito largo de café.
Pipo, mi chucho, es un
chihuahua color chocolate con un brillo de pelo impresionante que me regaló un
cliente. No se parece a los padres en nada. Ni color, ni tamaño, tal vez en
carácter. Este nos salió cachas para los cánones de la raza, no sabemos si por
genes de antepasados, la alimentación casera que se lleva sí o sí con aquello
de -Uuuyyyy que lastimita, mira, mira como me mira, que ricooooo- ¡No sabe na
el chucho los cojones!
Un encanto de animal en
casa y un demonio en la calle. Exactamente lo contrario a Paqui. Cuando ve a
otro perro (me refiero a Pipo) se eriza de cabeza a rabo, sus ojos y orejas se
le ponen de un rojo ensangrentado, arrancándose para ellos como un caníbal
hambriento tras dejarse la dieta de lombrices, ladrando y mostrando los
dientes.
Se dice que los perros
que se parecen a sus dueños. La verdad es que Pipo en cuanto a lo imponente de
su porte, lo demandado que es como semental, muy bien podría ser identificado conmigo.
Pese a su discreto tamaño, ya lo conoce todo el barrio, tiene a la mitad de la
peña acojonada. Unos, “entendidos” en psicología canina desde que vieron cierto
programa de televisión y compraron los respectivos libros de autoayuda, me
dicen que lo de Pipo es inseguridad o miedo, por ello, si lo dejo suelto, al
final no haría nada apartándose del resto de perros con el rabo entre las
patas. ¡Pamplinas! Estoy seguro de que si lo suelto, atacaría aun teniéndolo
todo perdido, este perro para eso es bastante anormal. Quién sabe si el cliente
que me lo regaló no tendría un presentimiento y por eso, el muy cabrón me lo
endoso pese a su pedigrí.
Pipo es un perro de
características interesantes si uno se fija. A lo primero llamaba mucho la
atención, con más del año de vida, seguía embistiendo hasta a las hembras en
celo en lugar de tratar sacar mejor partido a su energía, lo que nos dio a pensar
que era homosexual, ya que, a machos de su misma raza, a algún pícher y, sobre
todo a los yorkshire terrirer, les hacía y hace unas felaciones que les dejaba
chorreando de caliente baba los bajos.
Nada más lejos de la
realidad. Como la gran mayoría de bichos que respiran, Pipo es bisexual. Un
buen día se le cruzó en el camino una perrita en celo. Una perrita sin raza
definida, valiente, sabia y apenas un poquito más grande que él, una hembrita
con experiencia en amoríos y una quemazón que le hacía restregarse el potorro
con cualquier cosilla, una zapatilla, el peluche de los niños, el cojín del
sillón orejero, todo le servía. Pesada como ella sola, logró finalmente
beneficiarse a mi Pipo, y a la primera de cambio, nos hizo abuelos.
Otra característica importante
de Pipo, es como defeca, ya que solo lo hace sobre tierra. Y si no hay de ésta
cerca, si es preciso, se sube a una maceta y, encogido encogido, allí lo deja.
Es ideal para abonar el perejil de la vecina de mi suegra. No sería la primera
y tampoco creo sea la última, que Pipo caga mientras levanta la patita para
mear, e incluso, subiendo las patas de atrás al tronco de alguna palmera.
Varias veces me he
dicho a mí mismo que si alguien pasa por aquí y dejo esto ahí, seguro se
preguntará cómo leches pudo poner el culo el chucho para que la mierda quede
tan bien puesta a dos palmos del suelo. Solo si llueve evita cagar sobre
tierra, le da repelús el barro, se nota es perro de raza delicada. Solo
entonces caga en la acera o el asfalto, pero siempre con el culo apegado a
cualquier lado (farola, buzón, boca de incendios, rueda de auto). Es muy
meticuloso con eso de que su culo pueda verse sorprendido.
Entrado en materia.
Como tenga la suerte un día de tropezarme con el capullo o capulla que no solo
permite, sino que tampoco recoge aquello que su perrito deja junto la puerta
peatonal de acceso a la urbanización, prometo restregarle el morrito antes de
que se enfríe, para acto seguido, hacérsela tragar entera, aunque tenga que ser
yo quien se la mantenga.
Seguro que son de esos
que no recogen la mierda del chucho por asco, ya que a fecha de hoy no conozco
a ningún asqueroso que no peque de guarro. Tengo claro que no es de los
vecinos, seguro seguro, es de otra urbanización y hará cagar al perrito lejos
de su puerta evitando que los que viven a él pegados le señalen como el cerdo
que sin duda es, como si al ocultarlo la realidad fuera otra distinta. ¡Marranos!
-Nene, hay que bajar a
Pipo- me increpa Paqui mientras se estira del camisón para abajo.
-¿Cuándo he dejado de
bajarlo?- respondo entre dientes con poca gana estando hasta los huevos de lo
cotidiana se hace esta parte. -¿Te ha tocado a ti bajarlo estando en casa yo?-
sigo aún sin gana, la inercia…
-Estaría bueno, ¿haces
tú por mí las camas, los aseos, aspiras tan siquiera?- no falla, siempre la
misma defensa.
-No te me vengas arriba
nena- respondo sin mirarla siquiera -sabes que aspirar, aspiro- le puntualizo
ya que Pipo no tarda mucho en cagar y cuando subo, ella, muy meticulosa en lo
suyo, no ha terminado, por lo que con
tal de evitarme el repertorio de penas y lamentos que lleva siempre preparados,
no solo aspiro, a veces, hasta le paso un pañito húmedo.
Ella me mira mientras
apura su segundo vaso de leche, ¿cómo puede gustarle tanto? Al sacárselo de la
boca, aún con sus labios manchados y la leche cruzando su gaznate, intenta
replicarme, le encanta que la última sea siempre suya, pero como lo tengo claro,
no me apetece empezar el día escuchando reiteradas tonterías, me levanto rápido
diciendo que voy a cambiarme, perdiéndome en el pasillo mientras la dejo en la
cocina con la boca semi-abierta.
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