Bajo la sombra untada de pesadilla
sangra el sueño que se
tiñe de angustia.
Aferrada y dolida,
rasga la vida en
el recuerdo de soledades fallecidas,
y es allí, con el
amanecer de cada día,
donde me dejo morir
sin envidia.
Argumentado excusas
ridículas,
ataco la inocencia de
tierra y cielo,
asesinando con mis
propias manos
lo que como ignorante
desconozco
y cobarde temo.
Sin lugar al
razonamiento,
sin fe al destino,
cansado de mis
propios suspiros
y aquel solitario camino.
Mentiroso de mi
pasado lejano,
ando en la fina
cuerda de alientos arrancados.
Mártir de
circunstancias,
me sigo arropando en
lo que pudo ser y no luche,
pudriéndome en ese
arrepentimiento que no libere.
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