viernes, 2 de septiembre de 2016

Parásitos motorizados.






Aparte de la gente normal,
hasta donde se puede llegar a entender lo de normal.
En los autobuses urbanos
se distinguen tres subespecies concretas y definidas de humanos.
El jubilado sin amigos, el chaval de pocas luces,
y la dama necesita de atenciones.
Todos ellos piezas clave para que el chofer no se aburra al volante.
Bendita sea la paciencia de estas criaturas…los choferes.


Cada vez que me muevo en autobús, me ponen malo,
a veces incluso, hacen cola para comer la oreja a ese desgraciado
que agarrado al volante no tiene escapatoria digna.
Son como gordos parásitos con toda la vida por delante.


Yo no tendría tanta paciencia,
me conocerían como el estúpido,
el estirado, o simplemente como el hijoputa de siempre.
Pero a mí, no se me acercaba ni uno solo de estos bichos a la oreja.
Bastante suplicio es trabajar para vivir
como para dejarse martirizar
antes de llegar al cómodo purgatorio.


Voy a tener que plantearme andar más,
estoy cogiendo mucho asco a esos capullos/as que cortan el paso
a la entrada del autobús por evitar dejar su sitio junto al chofer.
Hay que esquivarlos y te miran con desconfianza, nerviosos y sudando.
Sí, mucho, mucho asco.












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