miércoles, 22 de marzo de 2017

Una miaja de la novela. El coño de que despertó, y lo hizo con hambre. Que algún día verá la luz.



...Cuando un cuerpo está hecho a lo que está hecho, todo cambio parece el final del mundo. Verse en casa sola con dos niñas, ya casi unas mujercitas que salían y entraban prácticamente sin pedir permiso o dar explicaciones. Y sin el mueble de poco uso pero sí de mantenimiento exhaustivo que Alfonso había sido desde el principio de los tiempos, hacía que la casa se le cayera encima. Ella, que apenas sabía lo que era tiempo para sí misma, se notaba ahora hueca, vacía, perdida.  “¿Qué hacer con tanto rato libre?” pensaba con cierto grado de culpabilidad y tristeza. Menos que lavar, menos que planchar,  menos mierda a restregar (sobre todo de ciertos calzoncillos), menos comida que hacer. E importante, como Alfonso era el que tenía que comer y cenar siempre de horno o fritanga, porque ella y las niñas con cualquier cosilla se apañaban. Muchas veces ni se tenía que pringar en la cocina. Bendiciones que cegada, Esther no veía a lo primero...

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